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.La gaviota estabapicoteándome los zapatos.Había transcurrido una larga e intensa medía hora, cuando sentí que la gaviota se me paróen la pierna.Suavemente me picoteó el pantalón.Yo seguía absolutamente inmóvil cuandome dio un picotazo seco y fuerte en la rodilla.Estuve a punto de saltar a causa de la herida.Pero logré soportar el dolor.Luego, se rodó hasta mi muslo derecho, a cinco o seiscentímetros de mi mano.Entonces corté la respiración e imperceptiblemente, con unatensión desesperada, empecé a deslizar la mano.VIILos desesperados recursos de un hambrientoSi uno se acuesta en una plaza con la esperanza de capturar una gaviota, puede estarse allítoda la vida sin lograrlo.Pero a cien millas de la costa es distinto.Las gaviotas tienenafinado el instinto de conservación en tierra firme.En el mar son animales confiados.Yo estaba tan inmóvil que probablemente aquella gaviota pequeña y juguetona que se posóen mi muslo, creyó que estaba muerto.Yo la estaba viendo en mí muslo.Me picoteaba elpantalón, pero no me hacía daño.Seguí deslizando la mano, Bruscamente, en el instantepreciso en que la gaviota se dio cuenta del peligro y trató de levantar el vuelo, la agarré porun ala, salté al interior de la balsa y me dispuse a devorarla.Cuando esperaba que se posara en mi muslo, estaba seguro de que sí llegaba a capturarlame la comería viva, sin quitarle las plumas.Estaba hambriento y la misma idea de la sangredel animal me exaltaba la sed.Pero cuando ya la tuve entre las manos, cuando sentí lapalpitación de su cuerpo caliente, cuando vi sus redondos y brillantes ojos pardos, tuve unmomento de vacilación.Cierta vez estaba yo en cubierta con una carabina, tratando de cazar una de las gaviotas queseguían al barco.El jefe de armas del destructor, un marinero experimentado, me dijo:-No seas infame.La gaviota para el marinero es como ver tierra.No es digno de un marinomatar una gaviota.Yo me acordaba de aquel momento, de las palabras del jefe de armas, cuando estaba en labalsa con la gaviota capturada, dispuesto a darle muerte y despresarla.A pesar de quellevaba cinco días sin comer, las palabras del jefe de armas resonaban en mis oídos, como silas estuviera oyendo.Pero en aquel momento el hambre era más fuerte que todo.Le agarréfuertemente la cabeza al animal y empecé a torcerle el pescuezo, como a una gallina.Era demasiado frágil.A la primera vuelta sentí que se le destrozaron los huesos del cuello.A la segunda vuelta sentí su sangre, viva y caliente, chorreándome por entre los dedos.Tuve lástima.Aquello parecía un asesinato.La cabeza, aún palpitante, se desprendió delcuerpo y quedó latiendo en mi mano.El chorro de sangre en la balsa soliviantó a los peces.La blanca y brillante panza de untiburón pasó rozando la borda.En ese instante, un tiburón, enloquecido por el olor de lasangre, puede cortar de un mordisco una lámina de acero.Como sus mandíbulas estáncolocadas debajo del cuerpo, tiene que voltearse para comer.Pero como es miope y voraz,cuando se voltea panza arriba arrastra todo lo que encuentra a su paso.Tengo la impresiónde que en ese momento el tiburón trató de embestir la balsa.Aterrorizado, le eché la cabezade la gaviota y vi, a pocos centímetros de la borda la tremenda rebatiña de aquellosanimales enormes-que se disputaban una cabeza de gaviota, más pequeña que un huevo.Lo primero que traté de hacer fue desplumarla.Era excesivamente liviana y los huesos tanfrágiles que podían despedazarse con los dedos.Trataba de arrancarle las plumas, peroestaban adheridas a la piel, delicada y blanca, de tal modo que la carne se desprendía conlas plumas ensangrentadas.La sustancia negra y viscosa en los dedos me produjo unasensación de repugnancia.Es fácil decir que después de cinco días de hambre uno es capaz de comer cualquier cosa.Pero por muy hambriento que uno esté siente asco de un revoltijo de plumas de sangrecaliente, con un intenso olor a pescado crudo y a sarna.Al principio, traté de desplumarla cuidadosamente, con cierto método.Pero no contaba conla fragilidad de su piel.Quitándole las plumas empezó a deshacérseme entre las manos.Lalavé dentro de la balsa.La despresé de un solo tirón y la presencia de sus rozadosintestinos, de sus vísceras azules, me revolvió el estómago.Me llevé a la boca una hilaza demuslo, pero no pude tragarlo.Era simple.Me pareció que estaba masticando una rana.Sinpoder disimular la repugnancia, arrojé el pedazo que tenía en la boca y permanecí largo ratoinmóvil, con aquel repugnante amasijo de plumas y huesos sangrientos en la mano.Lo primero que se me ocurrió fue que aquello que no podía comerme me serviría decarnada.Pero no tenía ningún elemento de pesca.Si al menos hubiera tenido un alfiler.Unpedazo de alambre.Pero no tenía nada distinto de las llaves, el reloj, el anillo y las trestarjetas del almacén de Mobile.Pensé en el cinturón.Pensé que podía improvisar un anzuelo con la hebilla.Pero misesfuerzos fueron inútiles.Era imposible improvisar un anzuelo con el cinturón.Estabaanocheciendo y los peces, enloquecidos por el olor de la sangre, daban saltos en torno a labalsa.Cuando oscureció por completo arrojé al agua los restos de la gaviota y me acosté amorir.Mientras preparaba el remo para acostarme oía la sorda guerra de los animalesdisputándose los huesos que no me había podido comer.Creo que esa noche hubiera muerto de agotamiento y desesperación.Un viento fuerte selevantó desde las primeras horas.La balsa daba tumbos, mientras yo, sin pensar siquiera enla precaución de amarrarme a los cabos, yacía exhausto dentro del agua, apenas con los piesy la cabeza fuera de ella.Pero después de la media noche hubo un cambio: salió la luna [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]