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.Tenía mucho tiempo de estar buscándolo.Les preguntaba por él a los muertosde Riohacha, a los muertos que llegaban del Valle de Upar, a los que llegaban de la ciénaga, ynadie le daba razón, porque Macondo fue un pueblo desconocido para los muertos hasta que llegóMelquíades y lo señaló con un puntito negro en las abigarrados mapas de la muerte.José ArcadioBuendía conversó con Prudencio Aguilar hasta el amanecer.Pocas horas después, estragado parla vigilia, entró al taller de Aureliano y le preguntó: «¿Qué día es hay?» Aureliano le contestó queera martes.«Eso mismo pensaba ya -dijo José Arcadio Buendía-.Pera de pronto me he dadocuenta de que sigue siendo lunes, como ayer.Mira el cielo, mira las paredes, mira las begonias.También hoy es lunes.» Acostumbrada a sus manías, Aureliano no le hizo caso.Al día siguiente,miércoles, José Arcadio Buendía volvió al taller.«Esta es un desastre -dijo-.Mira el aire, oye elzumbido del sol, igual que ayer y antier.También hoy es lunes.» Esa noche, Pietro Crespi loencontró en el corredor, llorando con el llantito sin gracia de los viejos, llorando par PrudencioAguilar, por Melquíades, por los padres de Rebeca, por su papá y su mamá, por todos los quepodía recordar y que entonces estaban solos en la muerte.Le regaló un aso de cuerda quecaminaba en das patas por un alambre, pero no consiguió distraerla de su obsesión.Le preguntóqué había pasado con el proyecto que le expuso días antes, sobre la posibilidad de construir unamáquina de péndulo que le sirviera al hombre para volar, y él contestó que era imposible porqueel péndulo podía levantar cualquier cosa en el aire pero no podía levantarse a sí mismo.El juevesvolvió a aparecer en el taller con un doloroso aspecto de tierra arrasada.«¡La máquina del tiempose ha descompuesto -casi sollozó- y Úrsula y Amaranta tan lejos!» Aureliano lo reprendió coma aun niño y él adaptó un aire sumiso.Pasó seis horas examinando las cosas, tratando de encontraruna diferencia con el aspecto que tuvieron el día anterior, pendiente de descubrir en ellas algúncambio que revelara el transcurso del tiempo.Estuvo toda la noche en la cama con los ojosabiertas, llamando a Prudencio Aguilar, a Melquíades, a todos los muertos, para que fueran acompartir su desazón.Pero nadie acudió.El viernes, antes de que se levantara nadie, volvió avigilar la apariencia de la naturaleza, hasta que no tuvo la menor duda de que seguía siendolunes.Entonces agarró la tranca de una puerta y con la violencia salvaje de su fuerza descomunaldestrozó hasta convertirlos en polvo los aparatos de alquimia, el gabinete de daguerrotipia, eltaller de orfebrería, gritando como un endemoniado en un idioma altisonante y fluido pero com-pletamente incomprensible.Se disponía a terminar con el resto de la casa cuando Aureliano pidióayuda a los vecinos.Se necesitaron diez hombres para tumbaría, catorce para amarraría, veintepara arrastrarlo hasta el castaño del patio, donde la dejaron atado, ladrando en lengua extraña yechando espumarajos verdes por la baca.Cuando llegaron Úrsula y Amaranta todavía estabaatado de pies y manos al tronco del castaño, empapada de lluvia y en un estado de inocenciatotal.Le hablaran, y él las miró sin reconocerlas y les dijo alga incomprensible.Úrsula le soltó lasmuñecas y los tobillos, ulceradas por la presión de las sagas, y lo dejó amarrado solamente por lacintura.Más tarde le construyeron un cobertizo de palma para protegerlo del sol y la lluvia.34Cien años de soledadGabriel García MárquezVAureliano Buendía y Remedios Moscote se casaron un domingo de marzo ante el altar que elpadre Nicanor Reyna hizo construir en la sala de visitas.Fue la culminación de cuatro semanas desobresaltos en casa de los Moscote, pues la pequeña Remedios llegó a la pubertad antes desuperar los hábitos de la infancia.A pesar de que la madre la había aleccionado sobre los cambiosde la adolescencia, una tarde de febrero irrumpió dando gritos de alarma en la sala donde sushermanas conversaban con Aureliano, y les mostró el calzón embadurnado de una pastaachocolatada.Se fijó un mes para la boda.Apenas si hubo tiempo de enseñarla a lavarse, avestirse sola, a comprender los asuntos elementales de un hogar.La pusieron a orinar en ladrilloscalientes para corregirle el hábito de mojar la cama.Costó trabajo convencerla de la inviolabilidaddel secreto conyugal, porque Remedios estaba tan aturdida y al mismo tiempo tan maravilladacon la revelación, que quería comentar con todo el mundo los pormenores de la noche de bodas [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]